miércoles, 3 de junio de 2009

Como aquel tipo solo en la barra de un bar.

Era una noche pálida. Cálida y seca. Las calles de aquel lunes parecían no tener dueño, pero muchos vacilaban con la posibilidad de serlo. Los bares, algo tristes por el hecho de ser lunes, estaban abiertos y con un acogedor hueco en sus barras, todos ellos parecían estar dispuestos intencionadamente para que en cualquier momento yo me sentase y empezase mi odisea, pero no me satisfacía ninguno, yo esperaba al bar mas especial. Era ya recién entrada la madrugada, y a pesar de ello, y de ser lunes, cada vez parecían llenarse las calles de mas y mas gente.
Nunca pensé que un lunes de madrugada necesitase buscar consuelo en la barra de un bar, pero mientras reflexionaba para mis adentros lo encontré. Era el bar perfecto para aquella noche. La entrada era algo oscura, y la decoración ciertamente grotesca y de mal gusto. Era la primera vez que pisaba aquel lugar, y a pesar de ello parecía que llevaba visitandolo toda la vida. El camarero pensó lo mismo con respecto a mí, a pesar de no ser un cliente habitual me trató como tal.

Me tomé la primera. Una fría jarra de cerveza que al penetrar mi garganta iba dejando una fría sensación de vida. Trago a trago la disfruté, y al terminar, la siguiente. Esta vez intercalada con otro placer que se complementa a la perfección dejando un nuevo sabor de boca y un aura que aunque perfecto en el momento resulta asqueroso al día siguiente.

Nunca he entendido a esa gente que, sola, se sienta en la barra de un bar, dirigiendo su mirada hacia la pared, encorbados sobre sus copas apoyadas y con un gesto en la cara que los exime de todo halo de felicidad posible. Nada en ellos parece divertido, y en cambio persisten en beber una tras otra hasta que su vista, borrosa como una mancha de humedad en la pared, dice que ya es hora de dormir, vomitar, gritar o reir. Nunca me sentí tan cerca de ellos, y a pesar de seguir pensando que sigo estando lejos, por una noche los comprendí, porque fui uno de ellos.

Tras la tercera copa llegó la cuarta y un chupito por cortesía del camarero que, aburrido, parecía divertirse conmigo. Cuando un camarero te trata con compasión jode, pero cuando lo hace de forma amistosa y con camaradería te ha ganado como cliente de por vida. Y este era uno de esos casos. Aquel lugar me hacia sentir muy a gusto, y siempre sabría que aquel era un lugar al que podría volver siempre que lo quisiera. Yo podría haber sido aquel particular hombre solitario que se sienta en la barra solo, ese podría haber sido mi papel en aquel bar. Pero yo no soy uno de ellos.
Desconozco el motivo que lleva a cada persona a sentarse solo en la barra de un bar y no parar de beber hasta haber tragado el suficiente alcohol como para poder no pensar en nada. Poder descansar los recuerdos, las preocupaciones y las penas. Esa es la clave, nadie bebe de esa forma más que para descansar, descansar la mente mediante una agradable sesión de leves lesiones cerebrales que al día siguiente a penas recordarás.