lunes, 21 de febrero de 2011

Vaya tontería.

Salgo de casa. Me dirijo al INEM, hoy me toca sellar el paro. Por el camino voy escuchando música, llevo mis cascos puestos y mi movil como reproductor. Me cruzo con niños, señores mayores, mujeres arregladas con olor a perfume caro, algún vagabundo con un litro en la mano, jóvenes que van a clases con prisas, tambien los hay lentos y desanimados.
Todo tipo de personas, cada uno con sus preocupaciones, rostros herméticos, otros expresivos como el llanto de un bebé, incluso hay quien te pide ayuda y no te dice nada. Nadie habla, todos caminan hacia cualquier lugar.
Veo una chica a lo lejos, no para de mirarme, la miro a los ojos y al llegar a mi lado me paro, ella continua. La sigo. Cambio de dirección a mitad del camino. La chica se da la vuelta y me mira de nuevo. No me parece especialmente guapa, no es por eso por lo que la miro, pero ella no se da cuenta. Creo que le gusto, no es lo que pretendía. Me doy media vuelta y continuo mi camino.

Me quedo pensando en la chica, en ella y en todas las demás, en todas las personas que inundan las calles en sus quehaceres, no me gustan, me dan miedo, todos mienten. La música me relaja y me hace menos amargo el camino, me abstrae.
Pienso en un mundo más feliz, donde la gente se mira a los ojos, donde nadie tiene por qué ir cabizbajo, donde el incomprendido pueda empatizar y la multitud empatice con él. Pienso en cómo librarme de las mentiras, y ahora que he conseguido captar la figura de mi pieza me asustan el resto de piezas. Contemplo el puzzle completo, es perfecto, sólo faltan por colocar casi todas las fichas, pero no hay manera humana de componer este mosaico de forma equilibrada, las fichas quedan unas sobre otras, se superponen. A nadie gustan los puzzles que quedan desigual, que no son uniformes.

Entre pensamientos llego al INEM. Saco el movil del bolsillo, paro la música y guardo meticulosamente los auriculares. Entro, busco mi DNI, saco la tarjeta del paro y me dirijo al mostrador. Saludo muy amablamente a quien me atiende y me renuevan la tarjeta en un minuto. Hasta dentro de 3 meses no tendré que volver por aquí.

Al salir me pongo de nuevo los auriculares, a escuchar música, abstraerme en el camino y caminar olvidándome de caminar. Hace sol, y por esta zona eso es algo reseñable, sobretodo en esta época del año. Veo que hay un parque gigantesco con un precioso césped que como una gigantesca tela viste de verde encendido a un barrio obrero gris. No tengo nada que hacer en todo el día, es raro el día que tengo que hacer algo, por lo que decido tumbarme en él y no hacer nada.

Pienso en algunas cosas, intento hablar un poco conmigo mismo y me trato de fantasma. No un fantasma de esos que cuentan fanfarronadas que al final no son verdad, sino un fantasma de esos que no se ven, de los que pasan por un lugar sin ser vistos, de los que no dejan huella ni pisadas. Pero de vivir como un fantasma sentiría que se me escapa algo, que no lo estoy haciendo bien. Intento aprender con cada cosa, sacar lecciones de todo lo que me rodea, crecer, dejar de creer y comenzar a saber. Envidio a los pájaros, ellos no se atienen a reglas, aunque tampoco lo hacen por "razones".
No quiero seguir echándole la culpa al mundo, pero que puedo hacer. ¿Dejar de contemplar y actuar? Igual necesito más formación, pero igual también es momento ya de ejercer un poco de lo que soy.
Vaya, se me pasaba por alto, resulta que hace falta dinero... y resulta que para conseguir dinero o trabajas o robas. Hay quien se dice trabajador y es ladrón, a otros se les tacha de ladrón y realmente han jodido a menos gente por el camino. No quiero dinero. Quiero vivir sin dinero y sin más control que el que me pongo a mi mismo.

De repente, mientras reflexionaba sobre mi presente y mi lugar escuché pasos a mi alrededor. Abrí los ojos y era un grupo de obreros de una construcción cercana, estarían en la hora del desayuno. Me quité los auriculares, y casi sin querer comencé a escuchar sus conversaciones. Hablaban de fútbol, de lo mal que está el país, de lo poco que cobran pero lo afortunados que son al tener trabajo y de más fútbol, de nuevo música.

Me levanté, ya me había desconcentrado y era hora de volver a casa. Por el camino de vuelta me encontré con las mismas caras que al principio, los mismos gestos... y la misma chica. La vi de espaldas frente a un escaparate. Conforme yo me acercaba me iba haciendo sentir para provocar que me mirase. Funcionó y de nuevo me miraba, esta vez me paré frente a ella y reía. ¿De que te ríes? Le pregunté, y entonces dijo que de mi. Por lo visto le hizo gracia que me diese la vuelta en mitad de la calle. Le dije que no lo hice porque me gustase y me dijo que lo sabia. Me invitó a desayunar y yo acepté.

Nos metimos en la primera cafetería que vimos y al sentarnos me preguntó por mí. Le conté lo poco que he hecho, a lo que me pretendo dedicar, le hablé de lo desconcertante que parece el mundo y de las pistas que hay que encontrar para desentrañar el enigma. Reía y asentía muy tranquila, como si ya conociese la historia, no me preguntaba por nada. Ya nos habíamos terminado el café cuando le pregunté por ella y me dijo que otro día me respondería, recogió sus cosas y sin tan si quiera esperar a pagar salió por la puerta.

Allí estaba yo, en la cafetería, solo, pagando un café que me había tomado acompañado y de nuevo sin nada que hacer. Pensé que al menos había conocido a alguien interesante, pero en realidad era ella quien me había conocido a mí. Yo no sabía lo más mínimo de ella, ni si quiera su nombre por el cual no pregunté.
Ni he vuelto a verla ni creo que la vuelva a ver... vaya tontería.