martes, 4 de enero de 2011

Cuento de invierno.

Existía al sur de Europa, en mil novecientos ochenta, un país cual estado funcionaba bajo un sistema democrático, o eso decían. Al sur de este precioso país nació un bebé llamado Hedo, al norte, en ese mismo instante, nació otro pequeño bebé al que llamaron Deca.

La madre de Hedo era limpiadora, se ganaba la vida vagando de casa en casa dejando en el más elevado estado de pulcritud cada mueble, suelo o baño que limpiaba. Su padre en cambio era camionero, se pasaba la mayor parte del año viajando de país en país recogiendo y entregando mercancía cárnica. Entre los dos no ganaban más que para comer bien, pagar recibos, la casa y disfrutar de los pequeños placeres que ofrece la cómoda era en que vivían a una familia de clase media.
Los padres de Deca nada tenían que ver con los de Hedo, ellos eran lo que se suele llamar "gente respetable". La madre era directora del museo de historia más importante del país y su padre era un diplomático muy bien valorado. El nivel de vida que llevaban estaba basado en una educación de élite, eran jinetes muy veloces a lomos de un sistema que les favorecía.

Ya en el año dos mil, ambos en fase de madurez, cada uno había tenido extraordinarias y diferentes experiencias. Hedo tuvo que empezar a trabajar a la edad de catorce años. Pasó por todo tipo de trabajos, todos, obviamente de baja cualificación, pues Hedo no quería especializarse en nada hasta haber estudiado una carrera. Deca, sin embargo no tuvo que trabajar, pero viajó por casi todo el mundo, dejando en él un gran número de experiencias que sin duda le serían útil en su vida. Hedo en cambio a penas salió alguna vez de su provincia, en su familia son felices con otro tipo de gastos, como por ejemplo comer todos los días como en un restaurante de lujo.

Cada familia disponía de un orden de prioridades muy diferente, la familia de Hedo, que aunque personas muy leídas y con un nivel de cultura muy alto, no hacían por escalar socialmente, eran felices con sus pequeños lujos, pero no les hacía ninguna gracia tener que trabajar en algo que no les gustaba casi un tercio de su tiempo. Tuvieron la oportunidad de disponer de unos estudios y trabajar con amor a lo que se hace, pero sus circunstancias fueron muy dificiles, y finalmente, optasen o no por otra, fueron felices con las vidas que tuvieron, o deberían serlo.
La familia de Deca dedicaba mucho tiempo y dinero a la educación de sus hijos, Deca tuvo la oportunidad de estudiar en las mejores escuelas del mundo, aunque finalmente acabase estudiando en una tan pública como la de Hedo. Deca tuvo una infancia muy feliz, sin ser un niño consentido siempre dispuso de todas las facilidades, lo cual le permitió poder dedicar gran parte de su tiempo a su desarrollo intelectual y cultural. Hedo nunca tenía tiempo para nada, empezaba a estar peleado con el mundo a los trece años, todo le parecía demasiado dificil y complicado, nunca pudo ver el mundo como Deca, más acomodado.
A Hedo le mosqueaba tanto tener que trabajar ya con catorce años que enfocó toda su rabia al sistema, viendo éste como algo siempre negativo por su incuestionable facilidad para producir injusticias, como la que veía con la situación de su familia.
Deca fue educado bajo el marco y el profundo entendimiento de ese sistema que tanto le costaba entender a Hedo. Deca se movía como pez en el agua en él, tendría de esta forma en el futuro una enorme capacidad para generar riquezas.

Conforme fueron creciendo sus caminos se fueron dispersando. Hedo dejó la universidad al segundo año influenciado por su, casi siempre, paupérrima situación económica y por considerar cada clase un discurso magistral con el que él nunca estaba de acuerdo y no el diálogo continuo que se imaginaba. Deca terminó su carrera en cinco años, poniéndole mucho empeño y pasión por querer saber cada día más y estar preparado para su inminente futuro. Su alma científica necesitaba alimentarse constantemente, mientras que Hedo, con un inmenso vacío personal optó por cultivar su espíritu.
Aún hoy lo cultiva, día a día, y a pesar de sus increíbles avances no le ve fin a esto. Acepta, entiende y respeta su mortalidad, asume la levedad de su existencia humana y opta por el disfrute como primera prioridad en la vida.
Deca también asume una cierta filosofía de vida, mucho más adecuada a su procedencia. Ser el mejor en lo que quiera con empeño, reconocimiento y unas terribles ansias de inmortalidad. Su forma de entender la vida también estaba basada en el deseo y los placeres, pero distando mucho de la percepción desde la que lo hace Hedo. Para Deca el disfrute era parte de la vida, para Hedo en cambio cada minuto de vida era digno de disfrutarse.

Hedo vivía bajo los principios de igualdad y justicia que defendía, pero nunca dejaría de intentar hacer que cada cual, teniendo la visión que tenga del planeta pudiese disponer de las mismas facilidades de desarrollo intelectual y económicas que por ejemplo tuvo Deca, quien, en cambio, defendía la meritocracia basada en el esfuerzo. Asumía las injusticias del sistema como necesarias y no hacía más que aspirar a la cresta de la ola, defendiendo el hecho de que a costa de mucho esfuerzo casi cualquiera podría llegar a escalar en el sistema.

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